13 de septiembre de 2011

Hidrocálido

Él me hizo empezar con todo esto, me hizo irme y me hizo regresar. Hay personas que lo cambian todo de lugar sin perdir permiso. Pero no se llama como tú, se llama como él.
Al tiempo le pido un tiempo.
En el verano de 2011 pasaron muchas cosas: me desenamoré de un amor inventado, extrañé increíblemente los pambazos de Barranca del Muerto, comencé a cumplir algunos de mis sueños juveniles, me descargué mucha música nueva para el ipod, definí mis ideas acerca de la no-vida e hice gestos groseros, de nuevo, hacia la tristeza. Aprendí que con 23 años no se pueden hacer algunas cosas, todavía, pero sí se pueden hacer otras. Aprendí a seguir tejiendo mientras espero. Y que se puede seguir soñando, creciendo, madurando y preguntando, sin olvidar lo que aquella maestra, casi un año atrás, me dijo un día -lo importante no está en las respuestas sino en las preguntas-. Desde mayo hasta septiembre: luz, sol, calor, bailes, vestidos, paseos, playa, agua, bici, tambora, abrazos, familia, mudanzas, aviones, un colchón en el suelo y hasta que me enamoré tiernamente de ti.
Siempre dices que nunca te escribo. Siempre te digo que no me hace falta escribir sobre alguien que me inspira para hacerlo a todas horas. Sé que nuestro lenguaje va más allá de las lenguas convencionales, de un texto mal apañado entre las prisas del metro y que se me quema la sopa. Sé que cuando esté medio dormida un brazo protector rodeará mi cuerpo vulnerable; romperás la luz.
Al tiempo le pedí un tiempo.